Rocky Marciano, el campeón del récord inmaculado 

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El 23 de septiembre de 1952 se proclamó campeón mundial del gran peso al noquear en la décimo tercera vuelta a Jersey Joe Walcott.

El viernes 31 de agosto se cumplieron 55 años de la muerte del único campeón mundial de los pesados que jamás perdió una pelea

Por FAUSTO PÉREZ VILLARREAL 

El coraje se personificó en él y fue su principal cualidad a lo largo de su carrera, en especial cuando reinó en los pesos pesados, la categoría más prestigiosa del boxeo mundial. 

Expuso exitosamente el título de campeón en seis oportunidades y se permitió el lujo de anunciar su retiro y dejar el trono vacante, como todos los campeones ambicionan, pero no como muchos pueden hacerlo. Él jamás conoció la derrota en el ramo profesional. 

Plagada de hitos memorables está construida la máxima categoría del boxeo mundial. Por ejemplo, Jim Jeffries fue el primer pugilista, bajo las reglas del marqués Douglas de Queensberry, en marcharse como campeón invicto (1904). Pero seis años después cometió la insensatez de salir de la comodidad del retiro para desafiar, “en representación de la raza blanca”, al entonces poseedor del trono, “el insolente negro” Jack Johnson, quien lo humilló y puso fuera de combate en el décimo quinto episodio, en Reno, estado de Nevada (Estados Unidos). 

Gene Tunney colgó los guantes en 1928, también como campeón vigente, pero en su palmarés refulgía la mancha de una derrota antes de ascender a la cima. Además de ese resultado, su récord profesional, que totalizó 88 combates profesionales, con 82 victorias, 49 de ellas por la vía rápida, consignó 4 empates y un ‘no contest’. 

Joe Louis, para muchos el mejor campeón mundial del peso completo de todos los tiempos, ostenta una foja envidiable: es el boxeador en todas las categorías habidas y por haber que se ha mantenido por más tiempo en su pedestal como monarca. Se adjudicó la corona el 22 de junio de 1937, en Chicago, al noquear en ocho vueltas a James J. Braddock, y la dejó vacante el 1 de marzo de 1949, 11 años y 8 meses después, tras efectuar 26 defensas exitosas del cetro.

A Floyd Patterson se le confieren varios honores: con 21 años fue el púgil más joven de la historia de los pesos completos en ganar la corona. De igual modo, fue el primer medallista de oro Olímpico (Helsinki, 1952) en adueñarse también del título pesado, hecho que consumó al superar por K.O en solo cinco asaltos al veterano Archie Moore, el 30 de agosto de 1956, en el estadio de Chicago, convirtiéndose, de paso, en el sucesor del trono que dejó vacante Rocky Marciano.  

Además, Floyd Patterson inscribió su nombre como el primer boxeador en reconquistar el título del gran peso. Su hazaña se escenificó el 4 de junio de 1960 en el Polo Grounds de Nueva York, al liquidar en cuatro rounds al sueco Ingemar Johansson, el mismo hombre que un año atrás lo había despojado de la corona. 

Cassius Clay, segundo boxeador en llegar al trono de los pesos pesados (1964) después de ganar la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos (Roma, 1960), convertido al Islam y bautizado Muhammad Ali, se constituyó, el 15 de septiembre de 1978, en New Orleans, en el primer humano en proclamarse tres veces campeón de los pesos pesados, tras batir en 15 rounds a León Spinks, quien -entre otras cosas- posee la honrosa marca de ser el boxeador que ha necesitado menos peleas profesionales (7) para obtener una oportunidad mundialista. En su octavo pleito le quitó el título a Muhammad Ali.

Michael Spinks, hermano menor de León, también tiene su espacio en la galería de los records-men. Fue el primero en trepar la cumbre del gran peso después haber colgado en su cuello la presea dorada en unas justas Olímpicas (Montreal, 1976) y de reinar previamente en una categoría inferior (semipesada).

Y la marca de Marciano, cero derrotas, cero empates, cero no contest es inigualable y mucho menos superable hasta ahora.

A 55 años de su partida de este mundo, Rocky Marciano sigue más vivo que nunca, evadiendo la persistente amenaza del olvido que tiene su nicho en la inmensidad del pasado.

Aunque se marchó invicto del boxeo, su rostro no siempre salió intacto al final de los combates. Hubo algunos en los que quedaba más golpeado y sangrante que su adversario de turno.

Su nombre de pila era Rocco Francis Marchegiano, no obstante el mundo entero lo llamó Rocky Marciano. Había nacido el 1 de septiembre de 1923 en Brockton, estado Massachussets (Estados Unidos). Pierino Marchegiano y Pasqualina Picciuto, sus progenitores eran inmigrantes italianos.

A Rocky lo apodaban ‘La roca’ y fue el boxeador del récord perfecto: 49 peleas profesionales libradas; ninguna perdida; todas ganadas, de ellas 43 por nocaut.

Su estilo distaba de una técnica preciosista para el gusto del exigente aficionado amante de la estética pugilística. Incluso, en muchos pasajes de sus combates lucía torpe y sin argumentos, mientras su rostro era blanco de impresionantes puñetazos.

Pero la grandeza y fortaleza de su corazón no tenían límites. Rocky era denuedo en grado sumo. Cambiaba la plasticidad por la contundencia. Y esto tenía su base en una férrea preparación física en el gimnasio, siempre orientada por su entrenador y estratega constante, Charles Goldman. Además, el poder de aguante de Rocky era tan asombroso como la solidez de su resistente mandíbula.

Frente él, en un ensogado, no había otra opción que pelear, a sangre, fuego y sin tregua. “La esencia de su grandeza estaba en su mentalidad y en su coraje, mucho más que en el poder destructor de sus puños”, dijo, en cierta ocasión, Al Weill, el empresario que manejó la carrera deportiva de Rocky Marciano.

Él no era un boxeador de tremendas condiciones técnicas. Caminaba en el ring metiendo su izquierda sin distancia, como un amateur, arriesgándose a recibir una mala mano que acabara con sus ambiciones. 

Ha sido uno de los boxeadores de más baja estatura, de menor alcance y de menor complexión en ostentar el título los pesados. Medía 1 metro y 79 centímetros y su peso nunca superó los 88 kilos en su tiempo de actividad. 

En esas tres características casi siempre fue superado por el contendor de turno. Por eso le apostaba todo, a ciegas, a su mandíbula de acero y a su letal derecha. Él no podía darse el lujo de boxear. “O noqueo o me noquean”, parecía ser su consigna. El denominado round de estudio fue algo que jamás conoció, porque tan pronto sonaba el primer campanazo salía de su esquina, cual fiera embravecida, con el propósito de llevarse el mundo por delante. 

Su primera pelea, en el ramo profesional, la sostuvo a una edad no conveniente para iniciarse en un deporte tan rudo como el boxeo: contaba 24 años. Algunos allegados le aconsejaron que se dedicara a otra actividad, pues además de no poseer una técnica depurada y de parecer torpe por momentos, lo consideraban muy viejo para empezar a boxear como rentado. Él no les prestó atención a los comentarios adversos y trepó al tablado lleno de entusiasmo. Se enfrentó a un modesto rival de nombre Lee Epperson, y lo liquidó en apenas tres asaltos. El debut tuvo lugar el 17 de mayo de 1947 en su nativo Brockton. 

Cinco años después de ese primer enfrentamiento, y con todos los pronósticos en contra, Rocky Marciano dio la gran nota al noquear, a los 43 segundos del décimo tercer asalto, al veteranísimo Jersey Joe Walcott para proclamarse nuevo campeón indiscutido del peso completo. 

La pelea —cuadragésima segunda en su carrera profesional— se efectuó en el repleto Stadium Municipal de Filadelfia, ante una bulliciosa multitud de 40.379 espectadores, el 23 de septiembre de 1952. 

Marciano había caído a la lona en el primer asalto con un certero cruzado de izquierda; tenía el rostro desfigurado; iba abajo en las tarjetas de los jueces, y sus seconds le sugirieron que no siguiera peleando, que ya estaba bueno de tanto castigo. El médico subió a la esquina le dijo que lo aconsejable era ahorrarle castigo, que la suerte estaba echada. Marciano, guiado por su determinación inquebrantable y con la esperanza depositada en el poder devastador de sus puños, imploró que le dieran un asalto más, uno solo. 

Y se lo dieron, el cabalístico número 13. Salió de su rincón con la cara magullada y acusando cansancio, pero con la fe intacta. El clamoreo del público lo llenaba de ánimo. 

Las acciones no mostraban cambio alguno en su ritmo cuando Rocky esquivó, agachándose, un embate de Walcott; dio cinco pasos pausados, con su cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha; lanzó una tímida izquierda como para medir a su rival y enseguida soltó la derecha, en gancho, de arriba hacia abajo. Con la rapidez de un rayo, el puño trazó una curva imaginaria, con la precisión de una flecha y la potencia de un toro embravecido, antes de estrellarse, sin oposición ninguna, en la mandíbula del adversario. Walcott dobló las rodillas y empezó a desplomarse como en cámara lenta justo cuando Marciano logró asestarle un izquierdazo, innecesario, en el parietal derecho. El árbitro Charley Daggert le ordenó a Rocky que se marchara a una esquina neutral y comenzó la cuenta de los diez segundos fatídicos. Hubiera podido contar hasta cien porque Walcott tampoco se hubiese levantado. 

Once meses antes de su arribo a la cumbre, Marciano había dado la voz de alerta cuando vapuleó, sacó del ring, noqueó en ocho asaltos y retiró del boxeo al legendario Joe Louis, considerado por la inmensa mayoría el mejor campeón mundial del peso completo de todos los tiempos. La desigual contienda tuvo lugar en el mítico Madinson Square Garden, de Nueva York, el 26 de octubre de 1951. 

Durante su etapa como monarca universal, Rocky superó, sin ninguna contemplación, a los adversarios que intentaron arrebatarle el título. 

Con una izquierda corta y certera fulminó a Jersey Joe Walcott, a los 2 minutos y 24 segundos del primer asalto, en Chicago, en su primera defensa, y en confrontación de desquite. 

A Ronald LaStarza lo puso a dormir en el undécimo episodio, en su segundo desafío; Ezzard Charles tampoco tuvo fortuna en las dos ocasiones titulares que se le presentaron. En la primera fue vencido por decisión unánime, en 15 episodios, y en la segunda fue puesto nocaut en el octavo; Don Cockell se rindió en el noveno, y el excampeón mundial de los semipesados y máximo noqueador de la historia, Archie Moore, hizo lo propio en la misma vuelta, el 21 de septiembre de 1955. Pero Moore saboreó la gloria en forma fugaz, al mandar al tapiz a Marciano, en el segundo asalto, con un recto de derecha que explotó como un petardo, en el mentón. Fue solo eso, un instante fugaz, porque, muy a pesar de que le hinchó el ojo izquierdo a Rocky, Moore recibiría en adelante una auténtica paliza. Antes de saborear el trago amargo del nocaut fulminante caería cuatro veces a la lona. 

Para Rocky fue esa su última actuación en el cuadrilátero. El 27 de abril de 1956 anunció su retiro definitivo de los tinglados. Bajó de ellos para no volver a subirlos. Tres años más tarde su nombre fue incluido en el Salón de la Fama. Obtuvo ese honor por su decorosa foja y su estilo combativo.  

Tenía Rocky Marciano trece años de estar en uso de buen retiro del pugilismo activo y se preparaba para celebrar su cumpleaños número 46, previsto para el día siguiente, cuando, de manera centelleante, se cortó el hilo de su existencia. 

La avioneta en que se desplazaba en compañía de dos amigos, desde Chicago, se estrelló contra un árbol de roble solitario en medio de un campo de maíz cubierto de una tempestuosa noche, en Newton, Iowa (Estados Unidos).

Mucho antes de aquel fatídico 31 de agosto de 1969, Rocky Marciano había entrado, vivito y boxeando, en la inmortalidad. Para el recuerdo —reino del que jamás será desterrado— quedan claros y nítidos, como una proyección cinematográfica, su ascensión al trono de los pesos pesados y sus seis desafíos en los que emergió con el brazo en alto. Dejó viuda a Bárbara y huérfanos a Mary Anne, de 16 años, y Rocco Kevin, un bebé de solo 17 meses que había sido adoptado un año y medio atrás. 

A 55 años de su partida de este mundo, Rocky Marciano sigue reinando en los recuerdos, con su estampa, aún victoriosa, erguida, con la imponencia del recio árbol al que el viento no ha podido derrumbar a pesar de que le han arrebatado sus hojas perfumadas… 

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