La palabra en su cauce: Jorge del Río, poeta, docente y gestor

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Por Fausto Pérez Villarreal

Jorge del Río: pocos nombres cargan consigo la música secreta de un verso. Su sola pronunciación parece abrir un cauce, remover memorias, convocar orillas. Lo entendí desde la primera vez que lo escuché, en aquel agosto de 2021, cuando lo conocí en Sincelejo. Llegué invitado por él, gracias a la gestión del amigo William Arroyo Madrid, aunque fue la poetisa Lina María Wadnipar quien finalmente nos presentó. Desde entonces supe que su nombre no solo nombra a un hombre: anuncia a un poeta, a un gestor, a un anfitrión generoso capaz de conciliar vocación y territorio.

Ese agosto, la ciudad ardía en un calor compacto, como si el día respirara lentamente para dar paso a los viajeros y a los libros. Sincelejo tenía un aire pesado, pero también una claridad propicia para el encuentro. Así apareció Jorge del Río: tranquilo, directo, cordial, con una forma de saludar que desmonta la formalidad y abre espacio a la conversación.

Me recibió como si nos hubiéramos visto antes. Nada impostado, nada de gestos ceremoniales. Había en él una hospitalidad natural, esa que proviene de quienes han descubierto que la palabra es un hogar compartido. En ese primer encuentro, ya se insinuaba el poeta, el docente, el líder cultural y, sobre todo, el ser humano que cuida los detalles invisibles: el vaso de agua, la silla apropiada, la orientación exacta para el conversador recién llegado.

Volví en 2024 convocado nuevamente por él, esta vez para hablar del maestro Justo Almario y para dictar una charla de crónica a los estudiantes de la Universidad José Antonio de Sucre, donde Jorge se desempeña como docente. Fue un viaje distinto, marcado por la certeza de reencontrar un territorio y un amigo. Allí confirmé que su generosidad no era un gesto aislado, sino una manera de estar en el mundo.

Jorge del Río no trata a los invitados: los acompaña. Se asegura de que cada visitante halle audiencia, afectos, diálogo. El escritor se disfraza de guía; el docente se vuelve anfitrión; el gestor cultural se encarga de que la ciudad tenga el pulso adecuado para que la palabra circule. Ese doble viaje —a la literatura y al territorio— es uno de sus rasgos más visibles.

Nació en Cartagena el 28 de enero de 1978, pero desde hace tres décadas —tras la ruptura del matrimonio de sus padres, Jorge del Río Noriega y Keta Vásquez Salgado— reside en Sincelejo, ciudad que no convirtió en refugio sino en plataforma.

Su formación es vasta: Administrador de Empresas, Especialista en Educación e Investigación, maestrante en Comunicación Corporativa. Un abanico de saberes que, lejos de dispersarlo, parece conferirle un centro, una armonía que lo sostiene en equilibrio.

Su faceta académica es profunda. Ha investigado sobre fortalecimiento institucional, ética profesional, gestión administrativa y procesos formativos en educación superior. Ha publicado artículos científicos en revistas indexadas, explorando temas que van desde el liderazgo y el talento humano hasta la comunicación organizacional y el mejoramiento continuo. Todo ello revela a un hombre que piensa el territorio, estudia las organizaciones y entiende la importancia de construir tejido.

Pero en Jorge del Río hay también un poeta. Un poeta que mira las cosas pequeñas, la memoria de los días sin gloria, los huecos que deja la experiencia. Su obra literaria ha avanzado con consistencia desde el libro de poemas ‘Derrota otra vez del olvido’ (2004), una poesía influenciada por la filosofía, hasta ‘Todas las voces de un descreído’ (2023), antología que recoge algunos textos inéditos y buena parte de su obra publicada. En sus libros conviven la duda y la claridad, la crítica y la introspección, la búsqueda íntima y la observación social.

En ‘Los cuadernos del descreído’ (2011) ya asomaba ese pensamiento que se repliega para luego mirar con sospecha; es un libro con una fuerte carga vivencial sin que desaparezca el elemento poético. En ‘Voces extraviadas’ (2019) amplía su mirada hacia las pérdidas y los silencios. Allí se encuentra una poesía mucho más personal, que deja atrás cualquier formalismo alrededor de la palabra e intenta presentar al ser desde su construcción, desde lo vivencial. Con ‘Cuéntale a tu país’ (2021) plantea un diálogo directo con la realidad nacional. Ese libro incluye el cuento ‘A mí me van a matar’, ganador del Premio Nacional de Cuento Cuéntale a tu país, convocado por el Fondo Editorial Remington en 2021. Luego, en su obra más reciente, las voces se entrelazan para mostrar a un autor que ha aprendido a dudar con método y a escribir con hondura.

Otros reconocimientos obtenidos por Jorge del Río son: primer lugar en el Premio de Cuentos Red de Bienestares Universitarios del Caribe colombiano (Barranquilla, 2002); primer finalista en el Premio Nacional de Poesía convocado por la revista Avatares de Pasto (2010) con el poema Urdo el juego; y primer finalista en el Premio de Poesía Buenos Aires (Argentina, 2009).

La coherencia entre pensamiento y acción se refleja también en su labor como gestor cultural. Desde la presidencia de la Unión de Escritores de Sucre ha impulsado proyectos que no solo promueven la literatura, sino que la integran a la vida cotidiana del departamento. El Encuentro de Escritores en Sucre, por ejemplo, ha logrado convertirse en un espacio de referencia nacional.

Bajo su liderazgo también ha cobrado fuerza el Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo, Ciudad de Sincelejo, una iniciativa que proyecta al departamento hacia escenarios más amplios. En estos procesos, Jorge del Río no solo coordina: articula, convoca, insiste. Su trabajo cultural no obedece a una coyuntura, sino a una convicción profunda de que la literatura es un bien colectivo.

Mientras coordina proyectos, escribe artículos académicos, dicta clases y revisa manuscritos, Jorge del Río sigue cultivando esa otra dimensión: la del poeta que se resguarda en los silencios y en lo que no ha sido dicho. Hay algo de disciplina y algo de misterio en ese equilibrio, pero sobre todo hay una voz que se ha negado a dejar de buscar.

Quizá por eso su nombre es tan preciso: del Río. No solamente por la sonoridad, sino porque en él confluyen corrientes distintas —la literatura, la academia, la gestión, la memoria, la crítica— sin que una anule a la otra. Todo fluye en un cauce común que se expande sin ruido y sin prisa.

Y yo, que lo conocí en un agosto caluroso, sigo pensando que algunos nombres no se pronuncian: se narran. Esta entrevista es apenas una de las formas posibles de seguir el cauce de su palabra.

Tu relación con la palabra parece muy ética y seria. ¿Qué significa para ti asumir la escritura con responsabilidad?
Escribí para salvarme; un hilo narrativo salvífico me llevó al poema sin pretenderlo. Luego, guardar la memoria de las cosas simples, de aquellos actos sin gloria que eran la vida, la cotidianidad. Ahora creo que, en mi poesía, hablan las cosas que no tuvieron voz.

¿Qué te llevó a escoger la poesía y el ensayo como tus principales caminos literarios?
Puedo asegurar hoy que siempre anduve buscando al filósofo que se quedó en mí a medio camino. Al racionalista varado en el tiempo que se embriagó con la literatura, licores raros de la metáfora y la imagen. Una tarde, quemé treinta páginas de una novela que escribía sin fortuna, porque el personaje se volvió poeta.

En tu obra aparecen mucho la memoria y la crítica social. ¿Por qué son tan importantes en tu escritura?
No soy un escritor “comprometido”; la memoria de la que hablo está en las cosas, es de las cosas. Entonces la vida silba una tarde, esparce un viento de otros días y trae voces, aromas, aquello que alguien dijo, músicas; materias que recojo y atrapo en el lenguaje. No sé si sea esto poesía.

Como docente universitario, ¿cómo haces para integrar tu experiencia de escritor en tus clases?
No planeo esa integración; de hecho, nunca lo he pensado. Uno, dos, decenas de estudiantes un día me dicen: “Profe, usted es poeta”, “habla como poeta”. Entonces lo tomo como un signo de alarma que me obliga a volver por la senda de la ciencia, pido disculpas y la vida continúa.

¿Qué retos encuentras al enseñar a jóvenes que hoy leen menos o llegan a la universidad con hábitos de lectura tan débiles?
El único compromiso que tienen los jóvenes de hoy, como un acto de suprema rebeldía en medio del mercado, es no ser imbéciles; y lectura es el antídoto más poderoso contra esa pandemia creciente.

¿Cómo ha influido tu trabajo como profesor en tu forma de escribir?
Poco. Pero la práctica de la ortografía, cuando debes escribir a diario en un tablero para decenas de jóvenes, es obligatoria, bajo pena de ser objeto de burlas.

En varios de tus libros aparece ese tono descreído. ¿Cómo construiste esa voz y qué buscas provocar en quien te lee?
Tengo dos claves para descreer: leer historia y leer filosofía. Hurgar en lo que fue te lleva a descubrir lo que no fue. Luego te adentras, bebes la estela de pensamientos que han configurado la realidad y, ya está, tienes un cóctel perfecto: una duda gigantesca, un descreído.

Tu investigación en liderazgo, comunicación y gestión también te caracteriza. ¿Cómo se mezcla eso con tu visión literaria?
El ejercicio es no mezclarlas; no obstante, de la literatura he ganado el vicio de la observación aguda, y ella aparece en los resultados de toda investigación vestida de especulación e intuición.

Has sido un motor del trabajo cultural en Sucre. ¿Qué te impulsa a seguir gestionando procesos literarios?
Oh, sí. El sector carece sistemáticamente de herramientas de gestión efectivas; la burocracia cultural campea sobre la ingenuidad del poema. Ante ello, me pongo el overol, dejo a un lado mis tristes versos y me hago gestor. Alzo la bandera siempre blanca y roja de la literatura.

Como presidente de la Unión de Escritores de Sucre, ¿cuál ha sido el reto más grande que has enfrentado?
Gestionar sensibilidades.

El Encuentro de Escritores en Sucre es un referente. ¿Cómo ha sido para ti consolidarlo y mantenerlo vivo?
El Encuentro de Escritores en Sucre es un patrimonio intangible del departamento, el Caribe y el país. Los nombres y obras que han pasado por su programación son superiores a sus gestores. Gobernantes de turno, prensa y opinión pública en general se han sucedido durante 29 años de vida del Encuentro, y la literatura no se mancha. Creo que allí está el secreto: que la literatura no se manche.

¿Hay algún invitado o momento del Encuentro que recuerdes con especial cariño?
Una noche, luego de su lectura de poesía en el Encuentro, José Ramón Mercado camina hasta el hotel, pide las llaves de su habitación y me permite subir junto al poeta Martín Martínez y Josse Sarabia para iniciar lo que sería una tertulia improvisada de los mil demonios. Con el correr de las horas se sumaron más escritores y la noche se hizo joven en aquel extinto hotel del centro de la ciudad. De ese tamaño era el poder de la conversación de José Ramón. Por cierto, no sé cómo se pagó el aguardiente que se tomó de las neveras de cada habitación.

¿Qué impacto crees que ha tenido el Encuentro en los jóvenes escritores y en la movida cultural del departamento?
En 29 años, la literatura de Sucre ha pasado por el Encuentro. En algún momento, cada escritor nuestro ha tenido escenario en el evento. La Unión de Escritores de Sucre es la casa grande de la literatura del departamento.

Tu obra ha viajado fuera del país. ¿Qué crees que buscan o encuentran los lectores extranjeros en tu voz caribeña?
Lamento no tener una respuesta para esta pregunta. Creo recrear un Caribe urbano con algo de salitre en los temas recurrentes de la filosofía contemporánea.

¿Qué papel juegan Cartagena, Sincelejo y el Caribe en tu manera de escribir?
La casa, el patio, el universo. Los lugares tienen voces, voces extraviadas.

La amistad parece ser un elemento importante en tu trayectoria. ¿Cómo han influido tus afectos y encuentros en tu vida literaria?
La lealtad. La literatura, el arte en general, corresponde a posturas: congruencia entre la obra y su creador. Al final, he sido más amigo de los más coherentes.

Gestionas proyectos culturales grandes sin dejar de escribir. ¿Cómo haces para equilibrar todo eso?
Esta es una pregunta maldita, ja, ja, ja, ja. La gestión cultural es el lugar más antipoético que puedas habitar.

¿En qué libro o proyecto literario estás trabajando ahora y qué inquietudes te acompañan en este momento?
No trabajo libros, pero he escrito cuatro relatos breves de terror. Yacen ocultos; quizá los monstruos se revelen por sí mismos.

¿Qué textos y autores les recomiendas a los jóvenes que apenas están empezando a leer?
En mi caso, la filosofía me llevó a la poesía; el cine, a la narrativa; los crímenes, a la historia. No creo en el escritor profesional.

¿Y de qué textos y autores crees que deberían huir quienes están iniciando ese camino lector o escritor?
De los fáciles.

Y ahora con ustedes, el gran escritor Martiniano Acosta, en una entrevista realizada por el periodista y profesor universitario Fausto Pérez Villarreal, dos veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Una conversación luminosa, reveladora y plenamente recomendada, publicada por Copelsol.

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