Armero: municipio, en donde la vida y la muerte danzaron

Carro hundido y casas destruidas en Armero, Tolima, por la erupción del volcán del Nevado del Ruiz. Cortesía de Colprensa.

En el presente año 2023 se cumplen 38 años de la tragedia que marcó a todo un país.

Los grises y espesos cielos oscuros de aquel fatídico 13 de noviembre de 1985 a la 9:09 de la noche presagiaba una tormenta. Los habitantes del pequeño municipio de Armero, ubicado en el departamento de Tolima en Colombia, realizaban sus tareas cotidianas con una inquietante sensación en sus corazones. La incertidumbre se había instalado en el ambiente, una presencia palpable que parecía susurrar advertencias del destino.

Como si hubiera sido tomado por la mano invisible de algún poder trascendental, el tiempo parecía detenerse cuando de repente, el ruido ensordecedor y atemorizante de la naturaleza estalló en los oídos de los pobladores. El imponente volcán del Nevado del Ruiz, situado a unos 45 kilómetros de las calles del municipio, y que solía abrirse paso entre las nubes con su majestuosidad, narcisista y eterna, se despertó de su letargo silencioso para recordar a la humanidad su poderío indómito.

Fue un instante que desobedeció las leyes de la lógica y se entregó a los caprichos del misticismo. Un instante en el que la realidad se desdibujó y el realismo se fusionó con lo mágico, en una danza vertiginosa que transformaría las vidas de cientos de personas.

La niebla se abrió camino entre las calles de Armero, como un ejército invisible que preparaba su asalto. Los habitantes huían despavoridos, pero las calles se convirtieron en un laberinto sin salida. La avalancha descendía con implacable furia, arrasando con todo a su paso. Rafael Gómez, evoca con angustia cómo la avalancha lo sorprendió en su hogar, sepultándolo bajo varios metros de lodo y ceniza. «Fue una pesadilla. No pude hacer nada para salvar a mi familia. Solo pude escuchar los gritos de mis hijos mientras todo se venía abajo», relata con voz temblorosa.

Las casas se desvanecían como castillos de naipes, los árboles se retorcían en agonía, mientras el río de lodo y piedras avanzaba sin piedad.

Entre los recuerdos de Lucía Estrada en esos momentos de caos: «El cielo se oscureció, y las últimas ráfagas de viento me decían al oído lo que estaba por venir. Corrí hacia la iglesia en busca de refugio, pero cuando llegué, el lodo ardiente me rodeó y me arrastró hacia la oscuridad».

En esos momentos de caos y desesperación, cuando la oscuridad abrumaba los corazones de los sobrevivientes, fue cuando la magia se hizo presente. En medio de lo inevitable surge una figura que perpetúa en la memoria de aquellos que sobrevivieron y en las historias que se cuentan alrededor de la fogata.

Elizario Rodríguez recuerda que: “entre el tumulto, una mujer de mirada profunda y cabellos oscuros apareció, sus pies nunca rozaron el suelo, su cuerpo irradiaba una luz, un simple gesto con sus manos hacia el cielo, detuvo la avalancha susurrando palabras en una lengua indescifrable. Mientras los escombros se posaban en el suelo como polvo de estrellas, la mujer desapareció en la niebla”.

Este episodio, envuelto en la bruma de la incertidumbre y la imaginación colectiva, dio origen a innumerables relatos y creencias. Aquella mujer, conocida como «La Dama de Armero», se convirtió en un símbolo de esperanza y fortaleza para los sobrevivientes, y su figura se encargó de calmar sus pesadillas y mitigar su dolor.

La avalancha de Armero dejó una tragedia indeleble en el alma de Colombia. Aproximadamente 25.000 de sus 29.000 habitantes murieron, familias quedaron destrozadas y el país entero lloró sangre. Pero también dejó huellas profundas en la imaginación y en la memoria colectiva. La avalancha de Armero se mezcla con el deseo de una población que se niega a olvidar.

A veces, en las calles empedradas de este municipio, se pueden escuchar ecos de un susurro, lamentos y risas. Es allí donde se fusionan el tiempo y el espacio, y donde en medio de la tragedia aún perpetúa la esperanza. Armero fue epicentro del insondable y devastador poder de la naturaleza y en un recordatorio de que la vida y la muerte a menudo se entrelazan en una danza irracional y misteriosa.

Por Yoicy Vargas (Estudiante de la Universidad Sergio Arboleda, sede Barranquilla)