El periodista barranquillero Fausto Pérez, Embajador para la Paz
El pasado 10 de octubre, en el auditorio Casa Ramón Castilla, en el Centro Histórico de Lima (Perú), el periodista, escritor, profesor y miembro activo de Copelsol, Fausto Pérez Villarreal, recibió la altísima distinción como Embajador para la Paz por parte de la Federación Internacional para la Paz Universal, organización no gubernamental con status consultivo general en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, fundado en 2005 que agrupa a 160 países.
De acuerdo con el acta leída en el recinto, Pérez Villarreal se hizo merecedor de esa dignidad “por su intachable labor en el periodismo y la docencia, que lo convierten en un genuino forjador de la paz en su derrotero fructuoso e infatigable en el ideal de vivir por el bien de los demás”.
De manos del licenciado Jaime Fernández Túpac, secretario general de la Federación, Fausto Pérez Villarreal recibió el diploma enmarcado, la medalla y el pin que lo designan como Embajador para la Paz. He aquí el discurso del comunicador, quien es profesor de la Universidad Sergio Arboleda, sedes Santa y Barranquilla y de Tecnicor, y ha sido en dos ocasiones ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
Autor de 16 libros de crónicas y reportajes, Fausto Pérez sido periodista y colaborador de importantes medios como Zona Cero, El Heraldo, El Tiempo, La Ola Caribe, El Universal, ADN y AL DÍA. A continuación, su discurso:
Queridos hermanos, que la gracia de Dios Padre Celestial nos cobije.
Provengo de Colombia, el país más septentrional de América del Sur, exactamente de Barranquilla, tierra caliente, cuna de los cantantes Nelson Pinedo y Shakira y del beisbolista de Grandes Ligas Édgar Rentería; sede de uno de los Carnavales más importantes de Latinoamérica, tanto que es reconocido a nivel mundial como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Arranca, pelá, que llegó La Tribu / Con la rumba barranquillera al Carnaval/ Qué es lo que tiene el Carnaval de Curramba/ Tanto enloquece a la hija/ Como enloquece a la mama.
Ubicada en el norte de Colombia, mi ciudad natal está bordeada en la totalidad del oriente por el río Grande de la Magdalena y se encuentra muy cerca de ese espléndido Mar Caribe que mucho nos vivifica e inspira: Caribe soy, de la tierra del amor, de la tierra donde nace el sol, donde las verdes palmeras se mecen airosas al soplo del mar, como sabiamente lo describió el cantautor y guitarrista cubano Ángel Luis Alday y lo interpretó con exquisitez el argentino Leo Marini acompañado de la legendaria Sonora Matancera.
He llegado a Lima con el corazón henchido de júbilo, de gozo, a recibir este honroso reconocimiento como Embajador de la Paz, por parte de la Federación para la paz Universal UPF PERÚ. “Confieso no saber si sea merecido” , pues en esta vida solo hago dos cosas de utilidad: la primera: cumplir con mi rol de profesor de la Universidad Sergio Arboleda, en mi terruño Barranquillero y en Santa Marta, tratando de no apartarme del precepto enunciado en cierta ocasión por el malogrado activista estadounidense Malcon X: “La educación es nuestro pasaporte para el futuro, porque el mañana pertenece a la gente que se prepara para el hoy”.
Y la segunda: contar historias por medio de crónicas periodísticas.
Quizás esas dos actividades justifican el merecimiento de tan significativa distinción.
Mi papel como profesor lo resumo en la enseñanza sin traumas, generando un ambiente afable para la transmisión del conocimiento y buscando, siempre, hacer que las cosas difíciles parezcan fáciles, tal como lo dijo Emerson.
En el periodismo complemento la labor educativa a través de la Crónica, género en el que me desenvuelvo con mucha frecuencia. Por darle licencia a la subjetividad del narrador, la Crónica permite contar la historia desde su mirada, pero también sentir y entender la realidad social; así las cosas, se convierte en un relato que apunta al reconocimiento del otro, a la aceptación, a la reconciliación, al perdón y al olvido. Y, a la larga, en el fondo, una buena crónica nos puede regresar la paz, como quiera que nos otorga entendimiento de lo que pasó.
En todo caso, lo cierto es que esta altísima distinción la valoro no tanto como un logro más en mi carrera, sino como estímulo generador de un compromiso insoslayable: redoblar los esfuerzos para seguir contribuyendo, desde la posición de comunicador social – periodista y docente, a concienciar a mis semejantes de que la paz transparenta la máxima evolución del humano como ser pensante. Con razón certeramente la definió el Nobel de Literatura Albert Camus como “La única batalla que vale la pena librar”.
Debo y tengo que ser un genuino mensajero de paz. No hay ningún camino para la paz, la paz es el camino, como lo sentenció Mahatma Gandhi. La paz no es solo la ausencia de armas: implica justicia social, igualdad social, igualdad de oportunidades, comprensión, tolerancia, amor. Y mientras existan la tiranía y la opresión, la paz seguirá siendo frágil.
Asumo, gustoso esa misión, cuya máxima recompensa nos la anuncia en el Nuevo Testamento el Evangelio de San Mateo en el capítulo 5, versículo 9: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. ¡Qué recompensa tan invaluable!
En este escenario al cual nos convoca la paz, deseo recordar al filósofo inglés John Locke, quien en 1689 escribió un reflexivo texto titulado ‘Carta a la tolerancia’, pues en aquel momento histórico Inglaterra se debatía, por un lado, entre la monarquía y el parlamento, y por el otro, entre el catolicismo y el protestantismo de Lutero.
Tres palabras cruzan la extensa misiva del impulsor del empirismo: libertad, conciencia y voluntad para invocar la convivencia pacífica entre los seres humanos. Libertad, de pensamiento en todo sentido, condenando lo absoluto. Conciencia, esa parte íntima, capaz de entrar en litigio con uno mismo ante una disyuntiva y, la voluntad, esa fuerza de cada persona para llevar a cabo lo propuesto, en este caso, de acabar esa enfermedad de matarse entre sí.
John Locke, padre del liberalismo nos dejó una sentencia que comparto porque, la paz y la tolerancia empiezan desde cada uno de nosotros: “quien quiera que se aliste bajo el estandarte de Cristo, deberá, en primer lugar y por, sobre todo, combatir contra sus propias avideces y vicios”.
Ya el Hijo del Hombre lo había establecido como nueva norma, tal como está consignado en Mateo 22, 36: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Si se cumpliera a cabalidad ese mandamiento, la paz fuera reinante, el Mundo sería ancho y propio, en contraposición a lo expresado por el indolente hacendado Álvaro Amenábar y Roldán, en la obra cumbre del peruano Ciro Alegría: “El mundo es ancho y ajeno”.
Jaime Fernández, secretario general de la Federación para la Paz Universal, le impone a Fausto Pérez, profesor de la Universidad Sergio Arboleda sede Barranquilla, la medalla que lo distingue como Embajador para la Paz. El acto tuvo lugar en el Auditorio Casa Ramón Castilla de Lima (Perú).