El viaje de la palabra en la voz de Martiniano Acosta

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El escritor Martiniano Acosta, referente de las letras atlanticenses desde su residencia en Santa Marta.

Por Fausto Pérez Villarreal

La resonancia del nombre de Martiniano Acosta, como un eco anunciado, irrumpió en mi universo durante el segundo semestre de 1993, entre el olor a tinta fresca y la promesa del papel en los talleres de Ediciones Zona, en Barranquilla. Allí se gestaba mi bautismo literario: ‘Su majestad el nocaut’, volumen compuesto por veinte crónicas de boxeo que ya ostentaban el laurel del Premio Nacional de Periodismo Deportivo Postobón.

Fue Laurian Puerta —figura esencial de Ediciones Zona, compañero en la sala de redacción de El Heraldo y artífice editorial de mi ópera prima— quien me tendió un puente hacia la pluma de Martiniano. Me entregó un ejemplar de un ‘libro hermano’, recién salido de esa misma imprenta. Su título era una invitación al vuelo y a la música interior: ‘Once galopes en el tiempo’. “Es una obra que te recomiendo a ojos cerrados”, me animó María Teresa Ruiz, esposa de Laurian y alta ejecutiva de la empresa editora. Leí aquellos cuentos y la revelación fue fulminante: un deslumbramiento auténtico.

El destino, sin embargo, había tejido un encuentro distinto. Quince años después, nuestros caminos convergieron bajo el sol de la Universidad Sergio Arboleda, sede Santa Marta, donde coincidimos como profesores: él en la Escuela de Derecho; yo, en la de Comunicación Social y Periodismo.

Hablar de Martiniano Acosta Acosta es remitirnos a un escritor que ha hecho de la constancia una ética y de la imaginación una morada. Nacido el 4 de febrero de 1952 en Baranoa (Atlántico) y formado como Licenciado en Filología e Idiomas en la Universidad del Atlántico, su ruta académica se afianzó con una Especialización en Metodología del Español y la Literatura y un Máster en Creación Literaria en la Universidad Internacional de Valencia (España). Pero son sus hábitos —la disciplina silenciosa de quien escribe como quien respira— los que realmente lo definen.

Desde ‘De cara contra el suelo’ (1983) hasta su prolífica serie ‘Felinos’ —publicada por la Editorial de la Universidad del Magdalena—, Martiniano ha ido construyendo una poética en la que conviven la astucia, la tensión narrativa, la sutileza del humor y una mirada que disecciona la condición humana con bisturí literario. En sus cuentos, el detalle reverbera; en sus personajes, algo siempre acecha. Esa misma destreza lo acompaña en la literatura infantil.  Allí, títulos como ‘Los conejos dorados’ (1985) o ‘Marco y el círculo verde’ (2010) revelan un narrador capaz de deslizar ternura sin renunciar a la inteligencia del relato.

Su presencia en antologías ha sido amplia y sostenida, confirmando su lugar en la narrativa del Caribe y de América Latina: ‘El mundo de Nostromo’, ‘Antología del cuento Caribe’, ‘Barco de Espumas’, ‘Antología del cuento infantil del Caribe’ y la ‘Antología del cuento latinoamericano’ compilada por Jairo Mercado y Roberto Montes Mathieu.
También ha dejado huella en recopilaciones como ‘Los ojos duros de la espera’ (1987), ‘Uno entre dos’ (2006) y ‘Once galopes en el tiempo’ (1991).

Su obra publicada da cuenta de una constancia admirable: ‘De cara contra el suelo’ (1983); ‘Los conejos dorados’ (1985); ‘La ciudad de las ventanas’ (1996); ‘Bolsa de Valores’ (poesía, 2008); ‘Danzarinas del fuego’ (2011); ‘Historias perversas para contarte’ (2018); la serie ‘Felinos’ (2018–2024); y su participación en ‘Especial Cuento Caribe II’ (2019). Una trayectoria que, sin repetirse, ha sabido ampliar tonos, registros y obsesiones.

Los reconocimientos también han sido generosos: concursos del Diario del Caribe y 40 años Uni-Atlántico (1970); Festival de Poesía y Cuento de San Diego (1985); Concurso Latinoamericano de Cuento de la revista Koe’yu, Caracas (primer puesto, 1989); Premio Manuel Clemente Zabala (1990); Estatuilla Gabriel García Márquez a la Creatividad Cultural (1990); Premio de la Asociación de Escritores del Magdalena por ‘La ciudad de las ventanas’ (1996); Premio Tayrona en Literatura (2013); primer puesto en el concurso de microrrelatos de la Universidad del Magdalena (2020); Premio Tayrona a Toda una Vida (2024); y el tercer lugar en el Concurso Literario Internacional Susana Piolín Lazo, convocado en Montevideo por la asociación de escritores de Uruguay, por su cuento ‘El botón de la infamia’ (2025).

Como docente —en la Universidad del Magdalena y en la Institución Educativa Distrital Hugo J. Bermúdez—, ha sembrado rigor y disfrute en generaciones de estudiantes. Su apuesta es clara: la literatura no se impone; se conversa. Y cuando se conversa, respira.

Radicado en Santa Marta desde hace más de un cuarto de siglo, ha logrado encarnar el pulso del Caribe contemporáneo. Sus cuentos oscilan entre lo urbano y lo íntimo, entre la luz y las sombras que esa misma luz proyecta. Una obra que demuestra que, aun en tiempos de inmediatez, la narrativa sigue siendo un territorio fértil.

Su nombre —aquel que me llegó primero como un eco— hoy resuena como el de un narrador que ha sabido sostener una voz propia en medio de las mutaciones del cuento colombiano. No ha necesitado estridencias: su literatura se ha impuesto con la fuerza tranquila de lo que permanece.

Su trayectoria, amplia y diversa, revela a un escritor capaz de moverse con soltura entre géneros, edades lectoras y registros narrativos. La crítica lo reconoce por su lucidez, sus colegas por su constancia, y sus lectores —jóvenes y adultos— por esa mezcla de tensión, humor y humanidad que sostiene sus mejores relatos.

Martiniano Acosta es, sin duda, uno de los narradores más persistentes y singulares del Caribe colombiano: un escritor que ha construido un territorio literario propio y que sigue añadiendo páginas con la misma energía de sus primeros años. En su obra, la palabra —esa que galopa desde 1983— sigue encontrando nuevos ritmos, nuevos brillos y nuevas profundidades.

Demos paso a las palabras: aquí está el encuentro con Martiniano Acosta, el maestro que ha hecho de la constancia una ética y del cuento un arte mayor.

Martiniano, tu nombre comenzó a circular en el ámbito literario desde muy temprano; ¿qué momento reconoces hoy como el verdadero punto de quiebre en tu vocación de narrador?

El verdadero punto de quiebre no fue cuando empecé a escribir, sino cuando dejé de imitar a algunos escritores como Quiroga, Hemingway, García Márquez, Rulfo. Creo que es una etapa por la que pasan muchos jóvenes escritores. No quería que me dijeran: ese cuento huele a Gabo o a Rulfo; sin embargo, lo escuché muchas veces. En ese sentido, quería encontrar una voz que sonara a Martiniano al contar una historia. Este quiebre implicó también asumir el oficio con responsabilidad. Si se habla de vocación de escritor, este requiere disciplina, lecturas y resistencia. Definitivamente, ese giro me llevó a tomar la ruta del cuento fantástico y a escuchar las historias que ruedan a diario por las calles de la ciudad o que la gente cuenta desprevenidamente.

¿Qué te dejó la formación en Filología e Idiomas que todavía se filtra, sin que lo busques, en tu manera de escribir?

Quiero partir de la definición de Filología, que es amor por la palabra. Y también de su etimología, que nos señala el origen y la historia de las palabras. Tenerla como documentación no conduce a que el escritor sea considerado retórico o preceptivo. Por eso pienso que a los escritores les ha servido esta disciplina, sobre todo partiendo del amor a las palabras. A veces me doy cuenta de que determinado léxico no es el adecuado; entonces, buceo la palabra exacta para lo que quiero expresar. Escribir siempre genera una búsqueda permanente por la palabra adecuada, por el sinónimo, por la precisión semántica o por la estructura sintáctica. Yo creo que, si el lector no encuentra el ritmo interno en la oración, se aburre. Uno como escritor lucha a diario tratando de indagar y escoger qué tono llevaría la narración y, entonces, saltan a la vista los registros del idioma: lo coloquial, lo cotidiano, lo culto, lo literario o la combinación de ellos. Ese ritmo lo dan las palabras combinadas consciente e inconscientemente.

¿De qué manera influyó tu Especialización en Metodología del Español y la Literatura en tu relación con la enseñanza y con la creación literaria?

Todo lo que se aprende en la vida tiene su lado positivo. Por eso, la Metodología del Español influyó en mi oficio de maestro y en el de escritor. Me ayudó a organizar los contenidos, me ofreció otros caminos didácticos y me dio las herramientas para saber cómo enseñar esos conocimientos adquiridos. Aprendí nuevas teorías gramaticales, estrategias didácticas para enseñar la lengua española. Me presentó perspectivas más modernas. Todo diplomado, especialización, maestría, doctorado, evidentemente deja nuevos conocimientos y uno los aplica. Incluso, se relacionan con la literatura porque aparecen nuevas formas de análisis literario, nuevo vocabulario, nuevas lecturas, nuevos autores y enfoques. La creación se desarrolla porque la literatura se enriquece con ese conocimiento. Por ejemplo, conocí la Semiótica, lo que me permitió aplicar nuevos análisis semiológicos. Uno de ellos fue ‘El olor en la literatura de García Márquez’, publicado en España.

Tu Máster en Creación Literaria en Valencia coincidió con una etapa de madurez. ¿Qué descubriste allí sobre tu propio proceso creativo?

Exactamente, la madurez me permitió ser más consciente del oficio. Me empeñé en desarrollar mejor, de manera reflexiva y técnica, el camino que había escogido en mi narrativa: el cuento fantástico. Claro que sí, la Maestría en Creación Literaria en Valencia (España) y la lectura de libros de cuentos y de novelas me ofrecieron muchas herramientas. Fui descubriendo cómo escribían, por ejemplo, Benito Taibo en su libro ‘Persona normal’; Federico Andahazi, ‘Errante en la sombra’; Vargas Llosa en su libro ‘Tiempos recios’; Samantha Schweblin en el libro de cuentos ‘Pájaros en la boca’, hasta llegar a la lectura de Guillermo Arriaga (mexicano, director de cine, cuentista y novelista), autores a quienes honro por haber sentado en mí las bases del cuento fantástico y las diferentes estructuras y técnicas desde el monólogo hasta la polifonía. Aprendí que la verdadera escritura es aquella que nace de la experiencia, de la oralidad costeña, de la escucha, de la comunicación, de la lectura, de la disciplina, hasta llegar a una voz auténtica.

Cuando revisas tu obra desde ‘De cara contra el suelo’ hasta los volúmenes de ‘Felinos’, ¿qué hilo conductor identificas entre esas distintas épocas de tu escritura?

Desde mi primer libro de cuentos, ‘De cara contra el suelo’, hasta los cuentos que han aparecido en ‘Felinos’, es cierto, son textos que muestran distintas épocas de mi evolución como escritor. En los primeros cuentos se asomaban tímidamente temáticas relacionadas con lo fantástico (‘Prisión’), con el suspenso (‘El intruso’), con el misterio (‘Encrucijada’). Podrían ser narrativas singulares, miedos o giros o finales impactantes empleando en muchos casos un lenguaje coloquial. En mis obras posteriores, la tensión y el suspenso toman más profundidad (‘Horizonte astillado’). Trato de mantener una atmósfera tensionante. En el grupo ‘Felinos’, conformado por varios escritores del Caribe, he publicado en los ocho volúmenes mis cuentos, los cuales presentan otros aspectos, otro nivel. Atiendo la psicología de los personajes. Hay presencia de problemas sociales y lo fantástico aparece con más fuerza (‘Amenaza al rojo vivo’), igual que la identidad costeña, la cultura y la música.

Te mueves con soltura entre la narrativa para adultos y la literatura infantil. ¿Cómo entiendes esa frontera y qué te lleva a cruzarla?

Antes de responder, quiero señalar los trabajos de literatura infantil que he publicado: ‘Los conejos dorados’, novela infantil; ‘Marco y el círculo verde’, novela infantil; y un cuento: ‘Cuando regrese del mar sin el mar’. Columpiarse entre la narrativa para adultos y la literatura infantil es como cambiar de perspectiva, o esa actitud se entendería como cruzar la frontera. Lo cierto es que la literatura infantil tiene sus bemoles, partiendo de la temática y de la forma de cómo hacerlas llegar a los niños y adolescentes. Los temas siguen persistiendo: el amor, la amistad, el miedo, el suspenso, la aventura, el misterio, lo fantástico, lo maravilloso. De todos modos, en ambos géneros hay construcción de mundos mágicos, descripción de realidades, de fantasías; ambos se nutren de la imaginación, de las experiencias escuchadas, de lecturas maravillosas que despierten emoción y estimulen la creación. No olvidar el lenguaje con el que se va a narrar una temática infantil.

El texto te cataloga como un escritor con una destacada participación en concursos literarios, lo que muestra tu habilidad para competir y destacar entre numerosos talentos. ¿En qué forma ha influido esta experiencia en tu crecimiento como narrador y en tu visión sobre el proceso creativo?

Una de las características de mi oficio literario es, precisamente, participar en concursos literarios. Ganar, quedar finalista, obtener algún premio, mención o reconocimiento generan autoestima y benefician los relatos. Es muy cierto que estos reconocimientos constituyen una parte del juguete literario para elevar el aprendizaje escritural y descubrir los nudillos internos de las historias que contamos. Desde luego, teniendo como sustento la lectura de excelentes escritores de textos fantásticos, policiales, de suspenso, de terror, de misterio. He enviado cuentos a concursos literarios en Argentina, México, Venezuela, España. Actualmente, sigo participando, no por ambición, sino porque estas experiencias fortalecen el nuevo relato; me permiten considerar la estructura, el tono, la voz y que la historia se sustente en la tensión. Creo que ha influido muchísimo el participar en las convocatorias, tanto nacionales como internacionales. 

¿Cómo te enfrentas a la página en blanco? ¿Tienes rutinas o rituales que te ayuden a iniciar el proceso creativo?

La página en blanco es el miedo que sentimos todos los que escribimos. Para enfrentarla, recurrimos a muchos métodos, estrategias, hasta llegar a la organización y redacción del texto. Tengo una bitácora, realizo caminatas, leo mucho y escucho historias de mi costa Caribe. Una de las rutinas, por ejemplo, es que cuando voy a escribir un cuento nuevo, anoto en el computador distintas ideas que surgen a raíz del tema. Las organizo. Inicio una especie de argumento. Escribo un borrador de una o dos páginas, dejando correr la imaginación y el pensamiento. Varios días después reviso lo escrito. Y voy desechando o dejando cuál es la idea más potenciable; empiezo las primeras líneas con sucesos llamativos, que llamen la atención del lector. O con imágenes y ahí voy enlazando con los otros hechos de la vida. El cuento debe atrapar desde el principio; la narración debe tensar; la atmósfera tiene que ser sugerente.
He pasado semanas escribiendo y descartando varios cuentos hasta que me asaltan las primeras líneas de la historia que quiero desarrollar. Otras veces elaboro esquemas. Generalmente, escribo por las mañanas y por las tardes, escucho mucha música por las noches. Siento que ella abre las puertas del relato. No hay un método o una estructura. A veces escribo por anécdotas que escucho o por el título o por una imagen o por alguna lectura, de tal manera que la creatividad fluye según las vivencias.

En algunos cuentos tuyos, Santa Marta no es un simple escenario sino un espacio vivo que respira, observa y, en ocasiones, acecha. ¿Cómo te relacionas con la ciudad desde la escritura?

A veces siento que la ciudad es una selva llena de animales ocultos, una especie de jungla. Esa idea de ciudad que tengo, me ha servido para tener un libro de cuentos (inédito) titulado: ‘Animales en la madrugada’. A Santa Marta la he visto por la noche muy misteriosa y silenciosa. Por el día se muestra abigarrada, calurosa, humana, maravillosa. En horas de la mañana, por cualquier calle del Centro, uno se encuentra con el susurro o cuchicheo de los moradores, de los vendedores, de los mendigos, de los desplazados, de los grupos que protestan, de niños que corren de un lado a otro, de mujeres que se arreglan su cabellera o de turistas que descansan en los andenes. Es una ciudad viva. En mis cuentos la he llamado Bahía del Mar. A veces siento que me está hablando, seduciendo, invitando a caminarla, a hurgar por todas partes. Santa Marta inspira mucho. La observo desde sus casas coloniales, desde el mar, desde sus ventanas, desde sus matas de trinitarias, desde sus atardeceres, desde su luna y desde sus oleajes y desde el Morro. En cada uno de ellos vibra una historia. Me relaciono también desde su historia de los piratas que asaltaron cientos de veces y desde las historias de fantasmas. Aquí confluyeron muchas culturas en la época de la Colonia. Desde siempre esta ciudad del mar ha sido fuente de inspiración para mi literatura.

¿Cómo buscas que tu escritura dialogue con los lectores más allá de la simple transmisión de historias?

Creo que las historias deben tocar, acariciar, golpear algún aspecto de la vida cotidiana de los lectores. Los protagonistas narran algo donde el lector se identifica inmediatamente. La escritura abre un abanico de sugerencias y emociones. Desde la primera línea el texto debe atrapar y generar estímulos, asombros, incluso llevar a reflexionar. Mi escritura apunta a despertar curiosidad y, desde luego, a considerar que detrás de toda historia subyace siempre una enseñanza o una inquietud que se da a través de crear una atmósfera tensionante, con suspenso, cuyo final es casi siempre sorprendentemente inesperado.

Tu reconocimiento como ‘narrador insignia del Caribe’ dentro del proyecto ‘Felinos’ subraya una identidad creativa profundamente vinculada al Caribe. ¿Qué rasgos sientes que definen tu forma de narrar desde esta región?

Los escritores del Caribe llevamos en el alma la voz del mar, de las brisas, de las gaviotas, de la arena, de la música. Nuestra cultura es viva, llena de sonidos, colores, olores, sabores. Ignorar estos aspectos sería amputar ese espíritu costeño, ese ritmo caribeño. Siento que mi narración recoge ese lenguaje vivo, dinámico, expresivo y musical que existe en nuestras calles, en las plazas, en los barrios, en los pueblos, en los caseríos. Mi literatura se sustenta en la gente, en la realidad, en los mitos, en los escarabajos, en los cangrejos, en las leyendas, en lo cotidiano. El realismo mágico lo llevamos en las venas. Nos caracterizamos por escuchar historias, por contarlas y narrarlas a nuestros hijos, nietos y estudiantes.

Desde tu perspectiva de escritor y maestro, ¿cómo ves el papel de la lectura y la escritura hoy entre los jóvenes? ¿Qué te gustaría que cambiará o que se potenciara?

Como maestro siento tanta tristeza. Existe una profunda apatía por la lectura. Son pocos los jóvenes que leen obras completas. Se amparan en los resúmenes o en películas, o en lo que está en Internet. Para mí es muy preocupante. Falta el diálogo con los libros, con los autores, con las editoriales. Falta la actitud de amar los libros y no de verlos como un enemigo. En cuanto a la escritura, es claro que escriben a través de las redes sociales. Lo que observo es que esos textos, muchas veces, no tienen una estructura clara: carecen de unidad, no discriminan qué va y qué no va, carecen de cohesión y coherencia, faltan más lecturas, más pasión, más deseo, más entusiasmo. Me gustaría que los jóvenes de hoy desarrollaran ese don intelectual de leer autores latinoamericanos. Que se emocionaran con un cuento de Cortázar, un fragmento de García Márquez, un pasaje de Rulfo, una novela de Jorge Isaacs. Que el Estado promoviera más concursos literarios para jóvenes talentos y que hubiera una política cultural de fortalecimiento a la lectura y la escritura.

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